LOS SABIOS. TRABAJAR PARA QUÉ.

Me llamó la atención el otro día que a Felipe González le llamaran «sabio». He conocido a un par de ellos. Uno fue el violinista berlinés y director de orquesta, Yehudi Menuhin, al que el Obispado de Córdoba prohibió en 1989 tocar en la Mezquita cordobesa e investido Doctor Honoris Causa por la universidad de esta ciudad en 1995 en desagravio por la vergüenza que supuso la prohibición del Cabildo al que se le consideró el mejor violinista del mundo.

Una razón más para exigir que la Iglesia católica pierda la titularidad del monumento. Menuhin, ante los periodistas vino a decir que la humanidad se había vuelto loca, había perdido el norte y caminaba hacia la autodestrucción. De eso hace ya tiempo.

El otro es José Saramago, que recaló en una conferencia en la facultad de filosofía cordobesa y expuso con claridad sus ideas sobre el mundo. Me quedo con una «vivimos en una dictadura económica».

Por eso me pareció muy fuerte que El País considerara «sabio» a ese trilero de la política que es Felipe González. Máxime después, no sólo de su trayectoria y currículo, sino tras haber oído al profesor Carlos Taibo en otra charla cordobesa días antes de la publicación del titular del diario de Prisa.

Así es que la sabiduría del sevillano es que es necesaria la energía nuclear para que Europa compita con el gigante asiático que será hegemónico en 2030, que la gente debe de trabajar hasta la muerte, él que es un jubilado de lujo y se dejó la pensión bien colmada y cobra por asesorar al viejo continente y al nuevo latinoamericano, que son necesarios los inmigrantes cualificados y no la chusma extranjera, que la gente no conoce bien el invento paneuropeo y hay que adoctrinarla con más publicidad y transparencia sobre las bondades del euro y el mercado, que se deben de usar los recursos digitales en ese último sentido, en lo que se denomina e-governance y que el modelo social de mercado ha de ser redefinido ya que reconoce que han «aumentado las desigualdades y que la exclusión y las deficientes condiciones de trabajo son un todavía una realidad».

El informe de estos sabios, entre los que figura, el expresidente de Nokia y el ex sindicalista polaco Lech Walesa, propone crear conciencia europea con la implantación de un carnet,  y menos mal, reconoce que el mantenimiento del sistema capitalista ha de realizarse restaurando un «equilibrio dinámico entre las dimensiones del desarrollo económico, social y medioambiental». Tal vez por eso recurre a la cadena perpetua para los asalariados y la nuclearización/militarización que supone la energía nuclear.

En algo coinciden, sin embargo, estos supuestos sabios con otros que situados en la orilla de enfrente propugnan un cambio radical de este sistema y de las personas que los sustentamos: «los niños de hoy tendrán una situación menos acomodada que la de sus padres».

Una tesis que desgranaba el profesor Taibo en su charla. Ante el crecimiento del capitalismo, el decrecimiento económico como alternativa al actual estado de cosas. El decrecimiento no sólo es liberador para el ser humano, placentero y alegre, sino necesario  y urgente para el mantenimiento del planeta.

Contaba Taibo la historieta de un pescador mejicano al que un turista estadounidense le interpela sobre porqué trabaja sólo dos has al día, si podría trabajar más para hacerse rico y tener una jubilación feliz. El pescador en su reducida jornada de pesca ya era feliz. No necesitaba más y tenía TIEMPO LIBRE para disfrutar de la vida. Trabajar para engordar al patrón ha sido la máxima empleada por el liberalismo económico. Un ejército de esclavos que mantenga a una clase privilegiada. Eso ya lo sabemos. Ahora lo que ocurre es que además el actual sistema de producción y consumo está arruinando el mundo, sus recursos se agotan a marchas forzadas y el planeta está enfermando en idéntica proporción a la desaparición de las materias primas.

Pero hay otra máxima incuestionable: no somos más felices por tener más, por consumir más, por poseer más. Antes al contrario. Diversos trabajos avalan la idea de que quienes más consumen son más tristes, más infelices, contraen más enfermedades y viven peor que aquellos que viven en la escasez. Ello no avala, desde luego, la miseria, la pobreza severa, la hambruna, las plagas y la explotación de los desheredados…

El decrecimiento prima la vida social frente a la lógica de la productividad, el ocio creativo frente al ocio vinculado al dinero y al consumo, el reparto del trabajo-una vieja aspiración sindical abandonada-, una renta básica de ciudadanía para hacer frente a los problemas que se plantearán en el período de transición, la necesidad de reducir el tamaño de las infraestructuras administrativas, productivas y de transporte, anteponer lo local a lo global en un escenario de recuperación de la democracia directa y de la autogestión y la sencillez y simplicidad voluntaria.

Taibo contaba la anécdota del regalo que un misionero hizo a unos indígenas del Amazonas. El clérigo les regaló una herramienta que les aligeraba la poda de los árboles para su subsistencia. Los indios , como no podía ser de otra manera, lo agradecieron. Pasaron los meses y regresó el de la cruz al paraje amazónico y les preguntó, qué tal os ha ido el invento?. Uno de los indios replicó, muy bien, ahora tardamos menos en cortar los árboles. El cura dijo, por tanto tenéis más leña, no?. Pues no, repuso el amazónico: tenemos la misma, sólo que ahora poseemos más tiempo para nosotros, nuestros hijos y nuestros juegos.

De tal manera que la cantidad de parados que el mercado arroja a la basura, muchos de ellos al estercolero de la cárcel y a la desesperación,  bien podrían  emplearse al reducirse la jornada laboral , ganar menos, reducir el consumo y vivir con menos para vivir mejor, como propone el libro «Vivir bien con menos», editado por Icaria.

La cosa, desde luego no es fácil. Los sindicatos han abandonado esa reivindicación y sostienen todo lo contrario: ganar más para consumir más. Bien es cierto que las cadenas que el mercado impone a sus súbditos, como una hipoteca para obtener un bien básico como es la vivienda, exigiría esa demanda. Pero ya va siendo hora de que el techo no sea considerado un artículo de lujo sino un derecho al que las administraciones han de satisfacer.

Claro está, que, tras las reformas «psocialistas la izquierda en el poder se comporta como la más rancia derecha y ha sucumbido a las exigencias de las empresas. Se desmantela el estado del llamado bienestar para que se imponga la lógica del mercado y sus beneficios. Pero eso dará para otro post.

Este vídeo es didáctico y muy clarito sobre el asunto del que escribo

LA HISTORIA DE LAS COSAS


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